Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DESCUBRIMIENTO DE LAS REGIONES AUSTRALES



Comentario

De cómo salió el general del puerto y prosiguió el descubrimiento


RÍo Gallego.--Puerto de la Cruz.--Sábado a ocho mayo acordó el general de salir con las naos y bergantín del puerto donde había estado, por entre unos arrecifes que están a su entrada; los vientos eran Lestes y a ratos recios, y con ellos fue a surgir en una playa de la isla de Guadalcanal; buscóse otro puerto y hallóse junto a un río que se llamó Río Gallego, altura diez grados ocho minutos, y al puerto de la Cruz. Tomóse el siguiente día posesión de la tierra de S. M. y se levantó uña cruz en un cerrillo, presentes algunos indios que tiraban flechas; mataron dos con los arcabuces y los demás huyeron todos y nuestra gente se embarcó. Quisieron el otro día salir en tierra para celebrar la misa y vieron cómo los indios habían quitado la cruz y la llevaban, con que los nuestros se volvieron a embarcar, y viéndolos los indios, volvieron la cruz a su lugar y se huyeron.

A diez y nueve de mayo envió el general a don Fernando Enríquez, alférez real, con treinta soldados, a ver la tierra: queriendo dar cara a un gran río, cargaron tantos naturales, que fue forzoso dejarse de esto y defenderse; afirmaron los mineros que el río era de oro; trujeron dos gallinas y un gallo, que fueron los primeros que se vieron, de que mucho se holgó el general, por entender de que cada día se había de ir descubriendo más tierra con mejoría de las cosas.

Envió el general desde allí a don Fernando Enríquez, con el piloto mayor, en el bergantín; navegaron a Lessueste, y a distancia de una legua, se halló un río y cerca de él muchas poblaciones: otra legua más adelante está el río ortega, y toda la costa llena de poblaciones; y más adelante, en otro río, doce leguas de las naos, saltó el alférez real en tierra, y en ella le salieron de paz doscientos indios a darle plátanos; mas, al embarcarse los nuestros, la convirtieron en pedradas. Navegó a Lessueste, y a cuatro leguas más adelante, se dio en otro río poblado; púsosele nombre de San Bernardino; su altura, diez grados, un tercio: está Nordeste Sueste con un muy alto y redondo cerro. Dos leguas más adelante, a orilla de un pequeño río, se vio una gran población; saltó en tierra nuestra gente, y los indios, al son de sus instrumentos, se juntaron más de seiscientos, y al embarcar, les tiraron muchas piedras y flechas y, con todo eso, mandó don Fernando Enríquez que no les hiciesen mal. Algunos se echaron a nado y entraron en el bergantín a pedir con muchos halagos una canoa suya; mas viendo que no se la daban y que los amenazaban, se fueron a tierra, y a poco rato trujeron dos, en un palo, un cierto bulto a la playa, y llegándose al bergantín, decían les diesen su canoa y fuesen por aquel puerco, que los nuestros conocieron ser bulto de paja, y ellos que era conocida su treta, y con grandes gritos se echaron todos a nado y, tirando flechas y piedras, se fueron todos a tierra sin que se les hiciese mal ninguno.

RÍo de Santa.--Fuese en seguimiento del camino a dar en un grande río con muchos bajos de arena, a donde se vio gente sin número; llamóse río de Santa Elena; viéronse en toda la costa muchas llanadas y palmares y, ocho leguas la tierra adentro, una cordillera de muy altas sierras con quebradas, de donde salen los ríos: viose más adelante una punta de arrecife, a donde más de mil indios salieron a flechar a los nuestros, y otros, a nado y zambulléndose, procuraban el reson. Había en tierra grande número de gentes, de quien, matando los arcabuces dos, se deshizo la junta huyendo: para su reparo hicieron en la tierra unos bastiones de arena, y aunque se vio, no se les hizo daño; salieron los nuestros a tomar agua, contra quienes se juntó, detrás de los bastiones, un gran número de gente; disparóseles un verso cargado de perdigones y, muerto un indio y muchos heridos, se fueron a meter en la montaña.

Prosiguióse por la costa hasta seis leguas, de donde salieron tres mil indios que presentaron un puerco, muchos cocos e hinchieron las botijas de agua, y con sus canoas las trujeron al bergantín y en él sin armas se entraban a mirarle: el cacique se llamaba Nobalmua. Más adelante media legua, hay dos islotes poblados, y al Norueste de estas dos está otra de arena: junto a ellas, seguida la costa hasta la punta de la isla, se hallaron muchas isletas, y entre ellas una grande isla que tiene un buen puerto, su altura diez grados tres cuartos, y de esta costa va corriendo la costa al Sudueste y no se la vio fin: hay de esta punta y puerto cuarenta leguas a donde habían quedado los navíos.

Al Sueste cuarta del Leste se vio, a siete leguas, una isla; no se fue a ella sino a la de Malarta o de Ramos, que está con la punta de la isla de Guadalcanal (de donde salieron) Nordeste Sudueste cuarta del Leste; y a diez y seis leguas parte del Sudeste, se fue a dar en buen puerto, que en su entrada tiene muchos arrecifes; está en altura de diez grados y un cuarto, y por ser casi cerrado se le puso Puerto Escondido. Los indios andan aquí del todo desnudos y los mas con unas mazas, que son de grandor de naranjas, de un metal que parecía oro bajo: tiénenlas puestas y fijas en un palo, para pelear con ellas cuando vienen a las manos.

Saliendo de este puerto, se navegó al Lessueste hasta cuatro leguas, donde se halló una entrada de un gran río que por su rápida corriente no se pudo entrar en él: cuatro leguas adelante se halló un buen puerto, en diez grados, con una isla a la entrada, que se ha de dejar a la banda de estribor y pasarse por junto a ella; púsose por nombre Puerto de la Asunción. Siguiendo la costa al Lessueste está al cabo de esta isla, en altura de diez grados y un cuarto y Nordeste Sudueste con la isla de Jesús, la primera que se descubrió: distancia de ochenta y cinco leguas tiene esta isla de Ramos de largo; no se anduvo toda por la parte del Norte, y por esto no se sabe su ancho. De la isla de Guadalcanal dice así Hernán Gallego, que para andarla es menester medio año, y que había andado de largo de ella, por la banda del Norte, ciento y treinta leguas, y que va corriendo la costa al Oeste con una infinidad de poblaciones, y que hay allí papagayos blancos y de muchos colores.

Isla Treguada.--Del cabo de esta isla de Malarta, se vio al Leste cuarta Sueste otra isla, distancia ocho leguas; fuese a ella, y en un pequeño río salieron de paz todos los indios, con sus mujeres e hijos, todos desnudos: llámase en lengua nuestra esta isla la Treguada, y en la natural Brava; llamáronla así por salirlos a recibir su gente con tregua falsa, y está en altura de diez grados y medio: es muy poblada, tiene mucha comida y contratación con las islas comarcanas; tendrá de boj viente y cinco leguas.

Islas Tres MarÍas.--Santiago y San UrbÁn.--De la punta de esta isla, al Sur cuarta del Sudueste, hay a tres leguas unas islas bajas, con muchos bajos a la redonda; están pobladas y llamáronse Las Tres Marías; no tienen puerto alguno; córrense Leste Oeste cuarta del Norueste Sueste. A tres leguas de Las Marías, hay otra que bojea seis leguas; está en altura de diez grados y tres tercios, tiene buen puerto: a dos leguas Norte Sur, está otra isla que se llamó Santiago; tiene de largo cuarenta leguas; córrese del Leste Oeste por la banda del Norte; está en altura de diez grados y tres cuartos: a diez leguas, a la parte del Sudueste, está otra isla grande; córrese Lessueste Oesnorueste en altura de doce grados y medio, y sólo cuatro leguas apartada de la isla de Guadalcanal: llámase isla de San Urbán.

Volvióse con lo hecho el bergantín a los navíos, y en ellos hallaron que los indios habían muerto nueve hombres, que con el despensero fueron por agua, escapando solamente a nado un piloto mayor. El cacique de aquella parcialidad se mostraba amigo del general e iba y venía a los navíos muchas veces, y su gente, cuando se iba por agua, hinchia nuestras botijas, y cuando los nuestros fueron a socorrer los otros se juntaron más de cuarenta mil indios, que con muchos atambores y gritos los salieron a recibir. Entendióse se había hecho este daño por un muchacho que les tenían, y no se lo había querido dar el general, aunque el cacique lo había pedido trayendo un puerco y rogando se lo diese; tomáronle el puerco diciéndole hablase al general, que estaba en tierra, y como no se le dio, sucedió la desgracia contada, que se entendió ser por esto.

Otro día, después de sucedido lo dicho, envió el general al capitán Pedro Sarmiento que con toda la gente saliese a tierra a hacer castigo, así en los indios como en sus casas: mató veinte y quemó muchos pueblos, con que se volvió, y se le envió otra vez con cincuenta hombres: quemó todos los pueblos que vio, a donde halló pedazos de los jubones y camisas de los nuestros que mataron; y porque por desprecio habían puesto los indios en unos palos unos pedazos de cocos, entendiendo el general ser las cabezas de los nuestros, envió al Sarmiento con viente soldados a ver lo que era, y quemóles de esta vez ocho pueblos; y con esto y otros grandes castigos, que cada día que saltaron en tierra se hicieron, quedaron los indios amedrentados.